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Mis contradicciones de aficionado

Enganchón y desarme de José Tomás en Valencia
A lo largo de un vida de aficionado, muchos de nosotros vivimos auténticas contradicciones internas con nuestra manera de sentir, disfrutar y amar el toreo. Quien más, quien menos, ya tiene conformado su concepto o forma de torear que más le emociona, sin embargo, ésta puede mutar o diverger en el tiempo a medida que pasan los años pisando plazas de toros. Incluso, el mismo paisaje, ecosistema o dependencia donde se produzca el toreo puede influir y hacer variar nuestra percepción sobre lo que sucede en el ruedo. De repente, puede satisfacerte una faena que en otra plaza no le hubieras dado importancia. A mi me ha sucedido. 

A riesgo de simplificar en demasía, para mi forma de ver el arte de la tauromaquia, diferencio o distingo dos grandes modos de trasmitir emociones a través del toreo. Una está relacionada con la plasticidad de las formas, la despaciosidad en los movimientos, la conjunción cuasiperfecta del toro y el torero como dos partes de un mismo ente. Y otra radicalmente distinta basada en la emoción y el peligro, en las imperfecciones derivadas del comportamiento de un animal salvaje lejano a cualquier domesticación, dentro de una lucha donde hombre y animal confrontan sus respectivas fuerzas para declarar un único vencedor y bajo una continua atmósfera de peligro suceptible de provocar cualquier estropicio de graves consecuencias vitales para el que se pone delante.

Manzanares sientiéndose ante un toro dócil en La Méjico.
Me parece metafísicamente imposible unir en tiempo y forma ambas sensibilidades en una misma faena. Hasta fecha de hoy, no creo que haya sucedido nada parecido en la historia de la tauromaquia, ni creo que suceda,  que mezcle de manera proporcional e integral ambas perceptibilidades. Si bien es cierto, que ambos conceptos pueden verse en su plenitud en una misma faena. De manera secuencial. De hecho, sostengo y defiendo donde haga falta que el culmen de un torero debe ser poder acabar toreando con relajo y majestuosidad en las formas a un toro entregado a la causa de la muleta, habiendo antes ganado esa lucha que antes comentábamos, donde el toro comienza imponiéndose en la balanza de fuerzas y la subyugación o somentiendo de éste importa más que ponerse bonito con las telas o en las posturas.

Por ello, y entorno a la anterior reflexión, disiento de aquellos de sostienen que un enganchón de los pitones con la muleta, o incluso un desarme, sea irremediablemente un acción que pasa a formar parte del "debe" del libro de cuentras de la faena. No. En tanto en cuanto la conmoción, el riesgo y un animal indómito tengan presencia en una faena, las aristas y las deficiencias suelen, y deben aparecer.

1 comentarios:

Scotty dijo...

Las dos cosas son posibles, como tu bien has explicado, pero si hay que elegir esos toreros plasticos de mentira que no se arriman ni a tortas no merecen llamarse toreros!!

Algunos toreros hacen una temporada de 60-100 corridas con 0 cornadas, eso es lamentable, y no se deben llamar toreros de arte porque los autenticos artistas(curro, morante...) cuando se arrebatan se arriman como el que mas, algunos suman indultos y puertas grandes?? con pico y periferia, ahi esta la diferencia entre unos y otros.

Respecto a los que se juegan la vida, un 10 siempre, pero se les valora injustamente porque no tienen arte, pero a ver que arte tendrian los "artistas" si tuvieran un toro BRAVO y la pata palante aunque fuera solo en un muletazo.

Un saludo

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