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LLEGAR A TIEMPO, por Elena Pérez.

LLEGAR A TIEMPO
Elena Pérez.

Pese a que tengo la manía de ser puntual como un inglés, a que no me gusta hacer esperar en una cita y que, si tuviera granja, el gallo se despertaría con mis carraspeos y no yo con su canto, pese a todo eso siempre llego tarde a lo que merece la pena.

Mariano Colás en el Curso de Aficionados. FOTO de Elena Pérez
Con Mariano nos conocíamos de vista, saludo y poco más desde hace la friolera de 27 temporadas (con sus respectivas campañas americanas. Me parece menos duro dicho así que diciendo años. Y más torero, “ande va a parar”). Y no por nada. Simplemente porque no coincidíamos más que en conferencias y charlas de aquellas que se hacían entonces y poco más. Tuvo que llegar febrero de 2008 para tener una conversación en condiciones. Fue en Peñaflor, el día en que Mariano fue distinguido con el premio “Juan Luis Cano” al mejor aficionado y servidora andaba allí contenta como unas castañuelas porque recibía para sí y para todo el equipo taurino de Heraldo de Aragón el “Alberto Maestro” a la mejor labor informativa. Mariano, que tenía un sentido del humor más afilado que el cincel, me hizo una observación sobre el glamur, las pasarelas y no sé qué coñas marineras que me hizo reír. El premio recibido le había emocionado y mucho. Y el humor que es buena cosa para tapar penas y dolores, también lo es para disimular unos ojillos vidriosos de emoción. Fue allí donde me dijo lo fastidiado de su salud y su intención firme de no reblar pasara lo que pasara. Que viviría lo que Dios quisiera pero, en lo posible, a su manera.

Y lo hizo. E hizo bien. Y así llegamos a febrero de este año en que se me ocurrió apuntarme al cursillo para aficionados de la peña Taurina de Peñaflor y asistir a la cátedra del maestro Solís y su selecta cuadrilla de profesores. Mariano, pese a que podía haber sido tranquilamente un orador más, “repetía” curso. Y a mí siempre me gustó juntarme con los repetidores. Con ellos se aprenden asignaturas que no vienen en los programas oficiales. Y Mariano fue el perfecto repetidor. Oportuno en el aula y en los “recreos”. La mañana en que bajamos al ruedo, mientras quien más quien menos hacía pinitos con el capote o la muleta o se entretenía sacando fotos al personal, Mariano estaba plantado como una estatua, con el capote al hombro y un empaque que convertía su ¿uno sesenta? en dos metros y medio dignos de la mejor escultura de un torero clásico. Allí plantado, oteando el horizonte de la Misericordia y, supongo que, aprovechando el silencio de los tendidos vacíos, haciendo balance de toda una vida de aficionado. Ahora, veo la foto y pienso que, tal vez, algo le decía en aquella mañana fría de marzo que debía empezar a despedirse de su albero.

La última vez que nos vimos, la última tarde que acudió a la plaza, estuvimos con un puñado de amigos tomando unas cañas después del festejo. Allí fue cuando los dos nos desmelenamos a contar cosas, de esas que has ido viendo y almacenando y callando por esa prudencia a la que este cochino mundo del toro te obliga a mantener. Recuerdo sus palabras: “…y como tú has sido así de sincera, te voy a contar una espina que me queda clavada. Algo que no le he contado a nadie pero que me apetece que tú la sepas…” Y me narró una de esas historias que dan fe de que este mundo del toro tiene tanta grandeza como miserias algunos taurinos. Los amigos que aquella tarde compartieron cañas, recordarán. Aquella tarde no sé qué traía el aire que nos hizo pasar uno de los mejores ratos que confieso haber pasado en estos veintisiete años (perdón, 27 temporadas) de andar por la calle Pignatelli. Cuando llegó el momento de irnos cada mochuelo a nuestro olivo, me costó mucho dejar la silla. Mariano fue el último en levantarse. Y lo hizo con cierto pesar, con la extraña certeza de que aquella había sido la última tertulia, las últimas confidencias, las últimas risas y el último puro en una tarde de primavera a la salida de los toros y a la sombra de la Misericordia.

Llegué tarde a las charlas con Mariano pero llegué a tiempo. A tiempo de guardar en mi esportón unas cuantas historias, unos buenos consejos y aquella sonrisa socarrona , sabia e inolvidable.

Elena Pérez.

3 comentarios:

eltorodelajota dijo...

Elena,

muchas gracias por tu magnífica aportación al blog y al engrandecimiento de la imagen de Mariano Colás. Merecida y conocida por muchos de los que le apreciábamos y compartimos con él afición.

Es una fiel y perfecta ilustración, por si alguien no tuvo la suerte de conocerle, de cómo era realmente Mariano, cómo vivía este afición por el toro, y cómo mantuvo esa personalidad torera hasta el día de su muerte.

Perdón por haberte "robado" la foto, tu foto. Pero es que esa imagen es un reflejo exacto, hasta la perfección, de tan magno personaje.

Saludos y gracias. Esperemos verte por aquí en más ocasiones.

Anónimo dijo...

Gracias a vos.
No fue robo, fue donación con todo el cariño del mundo, ya lo sabes.
Mañana echaremos una cañita a la memoria de Mariano. Ése será el mejor homenaje.
(y como Mc Arthur: "Volveré")

Elena.

RAUL TORREJON CORNAGO dijo...

YO CONOCI A MARIANO HACE TIEMPO Y COMPARTIAMOS NUESTRAS DOS GRANDES PASIONES, LA SEMANA SANTA Y LA TORERA, NUNCA OLVIDARE A MARIANICO COMO LE GUSTABA QUE LO LLAMASEN SENTADO EN SU TENDIDO CUATRO CON SU PURO Y SU LIBRETA, APUNTANDO DURANTE AÑOS Y DANDO FE DE LO ACONTECIDO EN EL RUEDO DE SU QUERIDA PLAZA DE LA MISERICORDIA ZARAGOZANA , UN HOMBRE CULTO, RESPONSABLE, CARIÑOSO, AMIGO DE SUS AMIGOS Y SOBRETODO UN HOMBRE CON CULTURA Y EDUCACION, DE LOQ UE YA QUEDAN POCOS, SE NOS FUE MARIANICO PERO NUNCA SE NOS IRA DE NUESTRO CORAZON Y DE NUESTRO RECUERDO, UN AFICIONADO, UN ENTENDIDO EN EL ARTE DE CICHARES, Y SOBRE TODO UN TORERO DE MANO BAJA, COMO LE GUSTABAN A EL LOS TOREROS,DESCANSA EN PAZ MARIANO.

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